lunes, 25 de julio de 2011

Una mujer en África


Título original: White Material
Año: 2009
País: Francia & Camerún

Dirección: Claire Denis
Guión: Claire Denis, Marie N'Diaye & Lucie Borleteau
Producción: Pascal Caucheteux
Fotografía: Yves Cape
Música: Syuart Staples
Montaje: Guy Lecome
Diseño de producción: Abiassi Saint-Père
Vestuario: Judy Shrewsbury
Reparto: Isabelle Huppert, Christopher Lambert, Nicolas Duvauchelle, Isaac De Bankolé, William Nadylam, Adèle Ado, Ali Barkai, Daniel Tchangang, Michel Subor, Jean-Marie Ahanda, Patrice Eya, Serge Mong, Martin Poulibe, Mama Njouam, Pierre-Ange Tatah, Suzanne Ayuck, Lionnel Messi Inoussa, Antoine Ndichut, Wakeut Fogaing, Denise Djuikom, Marie-Françoise Wouogo, Christian Bitang, Justin Ambassa, Bernard Yopa, Catherine Matzi, Madeleine Manipet, Ebeezer Repombia, Armand Tamo, Poupou Poutougnigni… 

cuando lo blanco no se vuelve negro

Claire Denis nos ofrece (y sorprende) en esta coproducción entre Francia y Camerún, una película dura, áspera, incómoda y hasta antipática, que se desarrolla en un entorno que tradicionalmente ha pertenecido al pueblo negro, pero al que llegó el pueblo blanco para decirles lo que tenían que hacer y decir. Pero ahora las cosas han cambiado y los indígenas reivindican su autoridad. A la fuerza. Y llevándose por delante cualquier elemento hostil, particularmente si se trata de algún individuo de raza caucásica, que han pasado a ser denominados White Material y que han perdido todos sus derechos, exactamente igual que hicieran ellos previamente con la raza negra.

Isabelle Huppert vuelve a demostrar el motivo por el que es considerada una de las mejores actrices, ya no francesas, sino del mundo mundial. Ella sola, y casi sin diálogos, es capaz de soportar sobre sus hombros toda la película. Entre los actores que le secundan en su resistencia contra la evidente violencia que se desata a su alrededor, sorprende un maduro Chistopher Lambert en un registro poco habitual en su filmografía. De entre el resto del reparto de White Material, aparte de resaltar la estimulante presencia de un actor poco conocido como Isaach De Bankolé, lo cierto es que quizás por la espectacularidad de los actos de su personaje y porque proporciona algunos de los momentos más terroríficos de la película, destaca la composición de Nicolas Duvauchelle como Manuel Vial, el hijo de Maria (Isabelle Huppert) y André (Christopher Lambert).

Y es que, si por un lado el tema principal de la película se centra en el enfrentamiento entre negros y blancos, en una dolorosa línea similar a la de la estupenda Desgracia (Disgrace, 2008,Steve Jacobs), aquella película protagonizada por John Malkovich que hablaba sobre traumas entre víctimas y verdugos y una sociedad cuyas diferencias estaban marcadas por el color de la piel, en White Material nos encontramos con un conflicto secundario, el que se produce en el enfrento con las nuevas generaciones. Porque en White Material no es que los padres no entiendan a sus hijos, es que son estos los que, probablemente debido a que su realidad es diferente a la que vivieran sus progenitores, les lleva moverse por razones e impulsos completamente diferentes a las generaciones previas. En cierta medida el planteamiento también sería muy similar al de Pa negre (2010, Agustí Villaronga), en la que el salto generacional hacía que los padres se movieran por sus ideales, mientras que los hijos se mueven por un instinto de supervivencia que, en muchas ocasiones, llega conseguir momentos absolutamente terroríficos, al igual que aquí.

Sorprende encontrarnos con un relato tan maduro y sin concesiones, no ya por su directora que tiene sobrada experiencia, sino por las primerizas dos guionistas con las que colabora en el texto, Marie N’Diaye y Lucie Borleteau, que a través de una estructura temporal fragmentada, partiendo del viaje que emprende Maria para regresar a su casa, coloca al espectador alerta, en guardia para enfrentarse a una narración en la que tendrá que sacar sus propias conclusiones con respecto a lo que cada personaje dice, hace y siente, obligándonos a meternos en el relato y sufrir como sufren todos sus personajes: los negros y los blancos.

Publicado originalmente en EXTRACINE

El santuario


Título original: Sanctum
Año: 2011
País: EE.UU. & Australia

Dirección: Alister Grierson
Guión: John Garvin & Andrew Wight, basado en un relato de Andrew Wight
Producción: Ben Browning, James Cameron, Ryan Kavanaugh, Michael Maher, Peter Rawlinson & Andrew Wight 
Fotografía: Jules O'Loughlin
Música: David Hirschfelder
Montaje: Mark Warner
Diseño de producción: Nicholas McCallum 
Dirección artística: Jenny O'Connell
Reparto: Richard Roxburgh, Ioan Gruffudd, Rgys Wakefield, Alice Parkinson, Dan Wyllie, Christopher Baker, Nicole Downs, Allison Cratchley, Cramer Cain, Andrew Hansen, John Garvin, Sean Dennehy, Nea Diap… 

una cueva sin entresijos que desvelar

Lo más probable es que una película como Sanctum, segunda película dirigida por Alister Grierson, nunca se hubiera llegado a estrenar en salas de cine si no fuera porque entre uno de los seis productores que la producen, figura el nombre del inefable James Cameron. Y no lo digo porque la mediocridad de la película, sino tan sólo porque es más apropiada, por sus características, para un pase televisivo que para uno cinematográfico.

Sanctum se centra en la relación de Frank (Richard Roxburgh), consagrado a la exploración de cuevas y lugares en los que el hombre no ha pisado nunca, con su hijo Josh (Rhys Wakefield), que no comparte con su padre la fascinación por la naturaleza escondida. Sin duda lo único interesante de una película bastante imprevisible, pero no porque los giros de guión sean imprevisibles, todo lo contrario, sino porque uno esperaría que algún momento surgiera algún tipo de ser, maligno o benigno, al estilo de Abyss (The Abyss, 1989, James Cameron), de entre las cuevas en las que padre e hijo, quedan atrapados a causa de una tormenta, junto con otros miembros de la expedición.

Si por un lado los actores no tienen mucho que rascar del texto proporcionado por John Gavin —-en su primer trabajo “cinematográfico”—- y Andrew Wight —-habitual productor de documentales subacuáticos—-, que condenan a sus personajes a un insoportable estereotipo, lo cierto es que tampoco es que el elenco de protagonistas pudiera sacar mucho mejor partido de un texto mejor. ¿Cómo no se les habría ocurrido hacer una bonita metáfora del origen de la vida teniendo a su disposición una cueva que bien podría considerarse el mismísimo útero de la naturaleza?

Tampoco contribuye la torpeza de David Hirschfelder, habitual compositor del mejor cine exportado de las antípodas, pero que pincha aquí debido a una apropiación indebida de los minimalistas acordes de Philip Glass, con los que no consigue más que enturbiar las aguas en las que se mueven los personajes de Sanctum. Quizás hubiera sido mucho más honesto insertar directamente alguna obra de Philip Glass y completar la banda sonora con una sencilla música de ambiente. El único trabajo que merece realmente la pena ser resaltado de toda la película, quizás sea la fotografía de Jules O’Loughlin, colaborador del director en su primera película, Kokoda (2006), que consigue sacar el máximo partido a las cuevas y recovecos de un paraje realmente espectacular.

Echa el freno si lo que esperas es ver una aventura subacuática, pues en Sactum no encontrarás como espectador, más que la misma frustración que tienen sus protagonistas cuando una roca les cierra el paso al exterior en una historia que, al parecer, también está basada en una historia real. Con lo que más me divertí en toda la película fue con la especulación de que, en una futura edición de un programa como Supervivientes, llegaran a someter a sus concursantes a una prueba similar a la que se vive en Sanctum, siendo obligado que, por supuesto, quien no consiguiera salir a la superficie, se quedara condenado eternamente a vivir o morir encerrados en la cueva. Quizás así nos libraríamos de tanta caspa que puebla la televisión.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Micmacs


Título original: Micmacs à tire-larigot
Año: 2009
País: Francia

Dirección: Jean-Pierre Jeunet
Guión: Guillaume Laurant & Jean-Pierre Jeunet
Producción: Frédéric Brillion, Jean-Pierre Jeunet & Gilles legrand 
Fotografía: Tetsuo Nagata
Música: Raphaël Beau
Montaje: Hervé Schneid
Diseño de producción: Aline Bonetto 
Vestuario: Madeline Fontaine
Reparto: Dany Boon, André Dussollier, Nicolas Marié, Jean-Pierre Marielle, Yolande Moreau, Julie Ferrier, Omar Sy, Dominique Pinon, Michel Crémadès, Marie- Julie Baup, Urbain Cancelier, Patrick Paroux, Jean-Pierre Becker, Stéphane Butet, hilippe Girard, Doudou Masta, Emy évy, Eric Naggar, Arsène Mosca, Manon Le Moal, Félicité N'Gijol, Bernanrd Bastareaud, Tony Gaultier, Stéphanie Gesnel, Noé Boon, Pascal Parisat, Cendrine Orcier, Rachel Berger, Dominique Bettenfeld, Gérald Weingand, Yamine Dib, Domitille Bioret, Juliette Armanet, Youssef Hajdi, Myriam Rpustan, Joseph Hernandez, Elisabeth Calejon, Louis-Marie Audubert, Lara Guirao, Florian Goutiéras, Gabriel Hallali, Christine Kay, Alix Poisson, Thérèse Roussel, Michel Francini, Arnaud Mailard, Marc Stusay, Laurent Mendy, Alain Raymond, Philippe Pillavoine, Laurentine Milebo, Régis Romele, Juliette Wiatr, Pascale Lievyn, Cid Freer, Jocelyne Sand, Valérie Moinet, Julianna Kovacs, Guy Lamûre, Jean-Michel Larqué, Pierre Étaix, Christine Kelly, Yannick Mahé, Julia Gunthel, Agathe Natanson… 

nostalgia antidigital, antibelicismo para ingenuos

Tras un largo período sin dirigir desde Largo domingo de noviazgo (Un long dimanche de fiançailles, 2004), el cineasta francés Jean-Pierre Jeunet presenta Micmacs à tire-larigot. Su enésima vuelta de tuerca sobre un personal (y reiterativo) universo en lo que él mismo ha denominado un cruce entre Delicatessen (1991, Mar Caro & Jean-Pierre Jeunet) y Amelie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, 2001, Jean-Pierre Jeunet). Una comparación de la que su sexta película, cuarta sin la colaboración de su antiguo colaborador Marc Caro, sale mal parada por sí misma.

Si en Delicatessen, los cineastas franceses crearan una deliciosa fantasía post-apocalíptica con un encantadora estética retro futurista, en Le fabuleux destin d’Amélie Poulain se perdía el post-apocalismo y el futurismo para conservar la fantasía y el gusto por lo retro, que conservaba única y exclusivamente a través de la mirada distorsionada de su perturbada, pero tierna protagonista, que ya vivía en una reconocible época actual. Mismo tiempo en el que se ubica a los personajes de Micmacs à tire-larigot, con el inconveniente que el contraste con los demás personajes, que se mueven en una realidad no distorsionada, no hacen más que potenciar la idea de que en Francia los tarados campan a sus anchas.

Porque donde Amélie Poulain (Audrey Tautou) resultaba encantadora comiendo sus fresas de sus deditos, Bazil (Dany Boon), resulta tremendamente repugnante y grotesco comiendo sus quesitos. Ante la duda del cirujano que opera a Bazil tras recibir un balazo en la cabeza, que se debate entre extraer la bala con el riesgo de que su paciente pueda convertirse en un retrasado, y dejarla a sabiendas de que el día más inesperado puede causarle la muerte, a un servidor le dan ganas de traspasar la pantalla para gritarle que le quite la bala y corra el riesgo, porque total, ya está un completo tarado.

Las inclusión de bromas de carácter slapstick, la influencia visual de los cómics o las caricaturas que se ofrecen de muchos de los personajes no hacen más que distraer al espectador en los pocos buenos momentos que pueda tener la película, que los tiene. Precisamente pareciera que esos momentos fueran el auténtico origen de una película infantil, más que ingenua o naïf, enlazados para formar una historia que, encima, tiene pretensiones antibelicistas y en favor de la desmilitarizaron. Ideas nobles y románticas, pero que no consiguen dotar de personalidad a esta colección de gags que estarían más cercanos a las payasadas de Jerry Lewis —-que se dedicaba a hacer el idiota, mientras el resto del reparto pretendía que era una persona normal—-, que a las deliciosas desventuras de Charles Chaplin, que sí lograba encajar su discurso pacifista, ético y moral en sus obras.

Aunque sea un actor que no suele gustarme, lo cierto es que Dany Boon consigue encajar a la perfección en este particular universo, perfectamente dominado por actores como Dominique Pinon, que ha participado en casi todas las películas de Jean-Pierre Jeunet. También es cierto que la fotografía de Tetsuo Nagata y el diseño de producción de Aline Bonetto, colaboradora habitual de Jeunet desde Le fabuleux destin d’Amélie Poulan, son, como es habitual, absolutamente deliciosos. Con la salvedad en el último caso pareciera haber síntomas de una esquizofrenia estética, pues se nota excesivamente, en determinados planos, el punto en el que comienza el trabajo de dirección artística, como por ejemplo en los edificios propiedad de los constructores de armas, que tienen un tratamiento visual, completamente diferente a los edificios próximos, marcando la diferencia entre lo que, dentro de la misma película, pertenece al universo Jeunet y lo que no.


Puede que la película resulte encantadora para los admiradores incondicionales de Jean-Pierre Jeunet, pero si eres un espectador que espera que le conquisten con cada nueva película, intuyo que acabarás saturado, y hasta enervado, con las tonterías de la película. Precisamente “tonterías” era como se llamó en España a uno de los primeros cortometrajes del cineasta, Foutaises (1989), en el que se limitaba a ensamblar, sin más pretensiones, esas pequeñas bromas que tanto le gustan y que si pueden resultar graciosas en una obra de quince minutos, no resultan igual de divertidas en una obra de ciento quince.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Nowhere boy


Título original: Nowhere Boy
Año: 2009
País: Reino Unido & Canadá

Dirección: Sam Taylor-Wood
Guión: Matt Greenhalgh, basado en las memorias de Julia Baird
Producción: Robert Bernstein, Kevin Loader & Douglas Rae 
Fotografía: Seamus McGarvey
Música: Alison Goldfrapp & Will Gregory
Montaje: Lisa Gunning
Diseño de producción: Alice Normington 
Dirección artística: Charmian Adams
Decorados: Barbara Herman-Skelding
Reparto: Aaron Johnson, Kristin Scott Thomas, David Thelfall, Josh Bolt, Phelia Lovibond, Kerrie Hayes, Angela Walsh, Paul Ritter, Richard Syms, Anne-Marie Duff, Alex Ambrose, Angelica Jopling, Abby Greenhalgh, David Morrissey, Richard Tate, Chris Coghill, Ben Smith, Andrew Buchan, Bailie Walsh, Simon Lowe, Frazer Bird, James Jack Bentham, Jack McElhone, Daniel Ross, Sam Wilmott, John Collins, Thomas Brodie-Sangster, Sam Bell, Colin Tierney, Nigel Travis, Lizzie Hopley, Dan armour… 

sin amor, pero con rumbo 

Nowhere Boy es una discreta película dirigida por la británica Sam Taylor-Wood, que resulta ser además su ópera prima. Protagonizada por Aaron Johnson antes de que se hiciera conocido por su participación en Kick-Ass (2010, Matthew Vaughan), la película se centra en los años de adolescente de John Lennon, justo cuando decidiera montar una banda de rock, The Quarrymen, que constituirían el germen de lo que después serían The Beatles.

A pesar de que no dudo de la capacidad de Matt Greenhalgh para adaptar al cine las memorias de Julia Bird —-la medio hermana mayor de John Lennon—-, sea suficiente para proporcionar una base sólida para el desarrollo de la película —-sobre todo si tenemos en cuenta de que se trata del mismo guionista que adaptara la vida de otro músico mítico, Ian Curtis, líder de Joy Division, en la estupenda película de Anton Corbijn, Control (2007)—-, me da la sensación de que va a ser Sam Taylor-Wood la que desaprovecha la oportunidad de hacer una película más intensa, permaneciendo deliberadamente en la superficie de unos personajes cuyas relaciones, se intuye, debieron ser mucho más complejas.

Si bien en un principio sí parece que vamos a asistir a un interesante relato en el que a través de un sencillo equívoco se nos presenta a la tía como la madre y después a la madre como si fuera más bien una novia, en un interesante coqueteo con el incesto, poco a poco el relato irá adoptando una narración previsible y más cercana a un telefilme de sobremesa que al biopic de uno de los mayores compositores del siglo XX. Si pareciera que se quisiera apuntar una posible influencia de la madre biológica como impulsora de la creatividad del joven Lennon hacia la música, lo cierto que tal y como se presentan las situaciones en la película, parece hasta milagroso que en lugar de músico no acabara siendo drogodependiente.

Ni siquiera la labor de su protagonista merece realmente la pena pues Aaron Johnson, al igual que su directora, es incapaz de imprimir una mínima profundidad a su personaje, limitándose a adoptar posturas y gestos que terminan por ofrecer más una caricatura que un retrato de lo que fuera John Lennon. Puede que Kristin Scott-Thomas y Anne-Marie Duff, alcancen poco más que un aprobado en sus respectivas composiciones como tía y madre, la falta de justificación sobre la naturaleza de sus conflictos como hermanas y la ausencia total de una mínima insinuación sobre los motivos que les llevan a tomar sus respectivas decisiones, impiden realmente que se les pueda tomar poco más en serio que al protagonista.

Tampoco es que Nowhere Boy sea un filme despreciable, pero la verdad es que el único motivo que justifica realmente su visionado, tan sólo es la curiosidad de poder ampliar, cinematográficamente hablando, la perspectiva que sobre la banda y sus miembros se realizara en la mucho más interesante Backbeat (1994, Iain Softley), que precisamente comenzaba en el mismo punto en que concluye Nowhere Boy, que puede que no supiera quien era, pero desde luego, acabaría por encontrar el camino hacia lo que sería.

Publicado originalmente en EXTRACINE


Blitz


Título original: Blitz
Año: 2011
País: Reino Unido

Dirección: Elliott Lester
Guión: Nathan Parker, basado en una novela de Ken Bruen
Producción: Steve Chasman, Zygi Kamasa, Donald Kushner & Brad Wyman 
Fotografía: Rob Hardy
Música: Ilan Eshkeri
Montaje: John Gilbert
Diseño de producción: Max Gottlieb 
Dirección artística: Steven Carter
Decorados: Lee Sandales
Vestuario: Suzie Farman
Reparto: Jason Startham, Paddy Considine, Aidan Gillen, Zawe Ashton, David Morrissey, Richard Riddell, Des Barron, John Burton, Taya de la Cruz, Nabil Elouahabi, Luke Evans, Rebecca Eve, Elly Fairman, Gregory Finnegan, Rishi Ghosh, Nicky Henson, Omar Hosein, Ian Hughes, Alex Lanipekun, Joanna Miller, Mark Rylance, Serge Soric, Chris Wilson, Luke Barron, Reece Beaumont, Ned Dennehy, Ron Donachie, Steven Harwood-Brown, Julie Hoult, Taylor James, Shiden Mezghebe… 

violencia desatada con control

Hay una clara diferencia entre el cine de acción hecho en Hollywood y el que viene del Reino Unido. Mientras el primero casi nunca llega a ser más que un producto interesante y entretenido, el segundo acaba siendo, la mayor parte de las veces, una obra dura e implacable, que siempre está mucho más cerca de la realidad que las películas estadounidenses. Lo que hace que las británicas sean algo más difíciles de digerir para el público que busca sólo entretenimiento. Es lo que le sucede a Blitz, segunda película como director de Elliott Lester que con un estilo visual minimalista —-tal y como es el apartamento del ascendido Porter Nash (Paddy Considine)—-, consigue contar una historia policíaca contemporánea, de la que se puede sacar una conclusión que ni tranquiliza ni deja una puerta para la esperanza.

La comisaría a la que pertenece el detective Sergeant Tom Brant (Jason Statham) no sólo está en el punto de mira de la prensa por las violentas demostraciones salidas de todo del detective, sino que también lo está por parte de un delincuente de poca monta, Barry Weiss (Aidan Gillen), que se empeñado en llevara cabo una personal venganza contra la policía en la que se aliará con los medios, a los que hace que le denominen como Blitz, el bombardero.

Con un estupendo guión de Nathan Parker, conocido por ser el responsable del de Moon (2009, Duncan Jones), basado en una novela de Ken Bruen, autor de la novela que también dio origen a London Boulevard (2010, William Monahan), Blitz nos muestra un Londres azotado por la violencia en una interpretación que se acerca más a la que ofreciera Takeshi Kitano en Violent Cop (Sono otoko, kyôbô tsuki, 1989), que a la de Don Siegel en Harry, el sucio (Dirty Harry, 1971), como algunos puedan pensar por las características del detective protagonista, porque aquí la violencia que está en la calle, convive con los propios policías que se dedican a luchar contra ella.

Puede que Jason Statham no sea capaz de impregnar a su personaje de la intensidad que tuviera el de Kitano, o la ironía del de Clint Eastwood, pero lo cierto es que gracias a estar rodeado de un impecable reparto encabezado por Aidan Gillen, que interpreta al loco delincuente mata policías, o a Paddy Considine como su superior, un sargento gay, sin olvidar la que desde mi punto de vista es la mejor interpretación de la película, la prácticamente debutante Zawe Ashton, como la ex-toxicómana rehabilitada en policía, Elizabeth Falls, que consigue un personaje capaz ofrecer lo mejor y lo peor, y mucho más fuerte y vulnerable que la composición de Paddy Considine, que acaba por resultar un tanto afectada, y no por la orientación sexual de su personaje.

Resaltar la espléndida labor del diseñador de producción de Max Gottlieb, por la espectacularidad de los escenarios en los que se desarrolla la acción, que nunca se alejan de la realidad y la verosimilitud, así como de la estupenda labor del equipo de decoración y dirección artística, que dota a todos los escenarios en los que se desarrolla la acción de esa misma característica realista, sin perder de vista esa estética minimalista a con la que Elliott Lester rueda su película. No puedo olvidarme del espléndido trabajo de Ilan Eshkeri —-que ya fuera responsable de la magnífica banda sonora de Kick-Ass (2010, Matthew Vaughan)—- en la creación de una fabulosa partitura que también se adecua a la perfección al ejercicio de estilo que desarrolla su director.

En cierta medida, Blitz recuerda aquellas películas de acción británicas que protagonizara Michael Caine, también de un lado y otro de la ley, como Ipcress (The Ipcress File, 1965, Sidney J. Furie), Un trabajo en Italia (The Italian Job, 1969, Peter Collinson), Asesino implacable (Get Carter, 1971, Mike Hodges) o El molino negro (The Black Windmill, 1974, Don Siegel), que ya fueran homenajeadas en una película reciente, protagonizada por el propio Caine, Harry Brown (2009, Daniel Barber). Me atrevería a decir que (siento el SPOLIER) en la muerte del inspector jefe James Roberts (Mark Rylance) hay un homenaje a la muerte de Jim Malone (Sean Connery) en Los intocables de Elliot Ness (The Untochables, 1987, Brian De Palma), pero sin necesidad de copiar la secuencia. Igual que en la película de Brian De Palma, aquí los policías también se toman de vez en cuando la justicia por su mano. Un síntoma de la desestabilización de una sociedad que ya se venía denunciando en Harry Brown y sobre el que convendría tomar medidas pues lo cierto es que Blitz deja bastante claro que tan mal están los de un lado de la ley, como los del otro.

Publicado originalmente en EXTRACINE